
Vengo muerto, ahogado del día y con un dolor de cabeza espantoso. Y después de todo, al mirar en los apretados pasillos y corredores allá en la calle, observo fácil y ligeramente a toda la gente pasando de largo, pocos son los que prestan atención a lo que está pasando en el entorno, ya dejaron de ver por tanto ajetreo, dejaron de pensar por tantos pasos y porque se les van los buses. Y viendo las actitudes profanas de las personas de mundo propio de su Marte y de su Venus, sólo veo un “pobre” –y lo expreso así porque escuché a los transeúntes llamarlo de esa forma, no porque comparta el término- tipo que está hablando y nadie lo escucha, y a punto de exclamar un juicio peyorativo algún estrato de los demás empezó a quedarse en las sillas ubicándose como espectadores, pero entendí todo al momento, había pocos, muy pocos reitero: estaba presentando un libro.
Eran cuentos, y me abstengo de dar el nombre del autor y el del libro, sólo porque utilicé el “pobre”; que admito que requiero también mayor información para otorgarle una entrada completa en este espacio. Sin embargo a unas cuantas horas de ello, ahí sí vi poquito más de respuesta, me llegó la invitación varios días atrás, Ema Villa Arana, digamos compatriota municipal, presentó un compilado –según así lo entendí- donde refleja brevísimos poemas llenos de Villa, de un furos cuantioso, que reverbera en la sutileza, llenos de coloquio, llenos de ambiguas tonadas que representan un ambiente lírico. Los poemas de Villa Arana son prueba de lo tardío, y sí cobijan, son de una materia simple, lo natural y lo lleno de gracia. Así pues, leyó parte de sus primeros poemas del ejemplar: “Tocar el cielo” y platicando de cuentos y demás placeres que según la autora ha descubierto como tal y en técnica apenas no más de diez años, así que considera y define que la literatura –poesía- es la mejor etapa de sus vida.
Y así pues, vengo aún pensando en la malaventura de los demás –no todos y gracias a Dios- el que no les gusta leer, pero se desfila un tabú generoso, la literatura alimenta, sostiene y edita la vida, la literatura sabe hacer el amor y lo demora, sabe vivir sin problemas y los sabe hacer también, la literatura se deja caer para que la salves de un golpe cuando te sientas listo. Sólo hay que pensarlo.
Eran cuentos, y me abstengo de dar el nombre del autor y el del libro, sólo porque utilicé el “pobre”; que admito que requiero también mayor información para otorgarle una entrada completa en este espacio. Sin embargo a unas cuantas horas de ello, ahí sí vi poquito más de respuesta, me llegó la invitación varios días atrás, Ema Villa Arana, digamos compatriota municipal, presentó un compilado –según así lo entendí- donde refleja brevísimos poemas llenos de Villa, de un furos cuantioso, que reverbera en la sutileza, llenos de coloquio, llenos de ambiguas tonadas que representan un ambiente lírico. Los poemas de Villa Arana son prueba de lo tardío, y sí cobijan, son de una materia simple, lo natural y lo lleno de gracia. Así pues, leyó parte de sus primeros poemas del ejemplar: “Tocar el cielo” y platicando de cuentos y demás placeres que según la autora ha descubierto como tal y en técnica apenas no más de diez años, así que considera y define que la literatura –poesía- es la mejor etapa de sus vida.
Y así pues, vengo aún pensando en la malaventura de los demás –no todos y gracias a Dios- el que no les gusta leer, pero se desfila un tabú generoso, la literatura alimenta, sostiene y edita la vida, la literatura sabe hacer el amor y lo demora, sabe vivir sin problemas y los sabe hacer también, la literatura se deja caer para que la salves de un golpe cuando te sientas listo. Sólo hay que pensarlo.