Entiéndase la expresión ¡vah!, me dieron ganas de retar. O por lo menos el punto de vista más extraordinario jamás visto son los “Vah”, son un dejo de quehacer mental. Aún llevo a cuestas un burdel de malos y buenos pensamientos, con muchos y pocos elementos para reflejar un éxito profesional, cuando escribía más a fondo de mí, terminaba por llenarme de nostalgias perdidas en baldes de agua helada, hasta que un día me di cuenta que esos soslayos que me hacían despertar eran prácticos para una buena vida. Ya para qué. Un día con la fiel convicción de retirar este blog, se me vino a la mente esa primera vez que me puse a “blogear” en un espacio que creo ya ni existe, y dándole un repaso a las entradas que había escrito, pude entender que valor, tal vez poco, pero lo tenía mi sitio.
Ahora. Después. Y para mañana tendré que pensar una estrategia para no escribir cada tres meses, sino lo más seguido que se pueda, porque la opinión se me ha cansado con leer a los muchos cuates de twitter y hago lo propio, y ahí veo la única ambivalencia del mencionado sitio social: te hace ser directo pero si tienes malas influencias, je, te puedes mal influenciar. Qué profundo –agréguenle un poco notorio: “no chingues”-.
Y si me da tiempo regresaré al análisis de ese “Vah”, pero por el momento, la pregunta básica: ¿Qué tan reflejante son las palabras que uno escribe a las vidas de quienes las crean?... Y nos merecemos en este texto falto de sintaxis un doble: “no chingues (David)”, bueno y bien por aguantar toda la breve entrada.