Ha pasado ya mucho tiempo desde que empecé a escribir. Un día en medio de la nada se me ocurrió probar a las palabras, retarlas, pelearme con ellas, destrozarlas para hacerlas mías, comencé con una prosa básica, de elementos necios y con todo y todo, parecían gente. Mis palabras tenían brazos largo, enormes, hablaban poco pero hablaban, era fuertes para la esperanza o para el consuelo, se me ocurría de vez en cuando darles una checadita de futuro, y aunque no lo crean sabía que iban a trascender por lo menos un chamaco de doce años –como yo en ese tiempo- sabía que sus palabras trascenderían, en cartitas de amor, en notas escolares o simplemente para guardarse en la mente del mismo autor y de los que lo rodeaban.
Después de todo ese tiempo, forjé la poesía como balde de agua fría, me despertaba escribir, me ponía feliz, hacía que pidiera perdón, una reflexión a la angustia o a la añoranza. La poesía no sólo es conjunto de poemas, es y son las vidas plácidas en el confort del amante, la poesía es traducción de tactos y corrosión de noches tristes. La poesía, por si fuera poco, es como perro guardián, como la lucha de contrarios, la poesía es un estilo de antigüedad y de moderno, por tantos usos, la poesía es presente anticuado y necesidad implícita.
Con las ganas de verme poeta, los invito a darnos la mano con palabras, como el saludo mundial, como el dólar más caro. Como poeta, la luz del sol es tierra vertida de la luna mezclándose con el mar.