Mañana puede ser
una palabra mágica,
suspendida de gusanos de acero,
de cuerpos machacados en sílabas,
en discursos baratos,
mañana es una
palabra tornasol
pulida por bendiciones y promesas,
es una palabra retorcida
con pedimentos de auxilio,
la
retorció la codicia,
el
ala triste caída del cielo.
Mañana es un
millón de esperanzas,
es la puerta forjada con tratados
banales y metidos en cloacas;
el mañana nos sobra y nos falta,
nos corrompe o nos alinea al bien
con los ojos en un tanque de guerra,
con las manos en el arma enemiga,
esa que conmueve con o sin acción,
arma
odiada,
de
cumplimiento del deber.
Pese a todo, el mañana
tiene un beneficio indivisible,
un destino maleable,
porque un presente invicto
en su ergonomía absoluta
increpa la inconsciencia,
prescribe sangre precisa
con cálidas transfusiones,
llenas de palabras correctas,
sin esa cruda beligerancia que mancha.
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