Callar en un segundo
con los párpados cansados,
callar de poco, de sueño.
Decir que el cielo se entume
de
dos a tres veces al día.
Reconocer mis nubes,
las lluvias dulces desde el centro
que
provocan tus besos.
De súbito gritar tu nombre,
correr como corren las lágrimas.
Callar de nuevo, callar al margen;
respetar el dolor de tu vientre
-salpicarte
de consuelo-.
Y volver a gritar tu nombre
con la garganta agridulce,
acariciar tus esperanzas
con el
pretexto del invierno.
Llorar contigo,
en la
ausencia.
Dividir los discursos en abrazos
que se rasgan sin romperse.
Volver al silencio, al bullicio,
a las distancias breves.
Callar por tiempos,
degustar en
bucles,
Gastar la vida en letras.
Darle valor a las pretensiones
que cuelgan del árbol
que sembramos hace tiempo.
Sembrarnos.
Hablar del perro,
del desacomodo de los muebles,
de nuestras reglas.
Callar en un segundo,
para luego, sin pausas,
conciliar en altos decibeles
la carne.
Nacer, callar, llorar...
quedarnos.
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