El terror fue hundido con una llama
de fuego retorcido,
bastó el regocijo de la locura:
la molotov en mano,
veinte gritos sin fondo en el correr
de hombres llenos de cólera.
El sol se les cayó en forma de goma:
proyectiles perdidos,
retazos de ideas, pechos vacíos,
brusco el calor encima
de infantes que se repliegan despacio,
se salpican de miedo.
El sol se mete y descansa al olvido:
los deja atribulados,
ahí en medio de la nada y el todo
con los ojos de sangre,
con manos de concreto cuarteado,
con la duda de siempre.
Los caídos se contraen de furia:
se escarban con el alma,
se sobreviven en otra redada
conscientes de su esencia.
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