El mejor día que se vive no suele planearse, aterriza con
las emociones, con la idea valiosa de turnar la vista al horizonte para seguir
ganando terreno, para ganarle al tiempo, para valorar una libertad personal que
se funde en nuestras venas.
Las risas son almas independientes, dátiles perfectos en el
seno familiar. Hay una costumbre de mirar eternamente a los que quieres y a los
que te quieren, y cuando se contagia el fervor inmenso del vinculo familiar,
uno está realizado, completo, feliz.
Los ojos de Ernesto han sabido llenarme de vida, de darme
los consuelos que siempre necesité y hasta los que no requiero por ahora. Sus travesuras de un niño grande, aunque no lo
es, después de la ternura que provocan van hilando los regaños y los gritos de
su mamá. El bebé sabe rendir cuentas, sabe de una madurez perfecta. No hay cómo
explicarlo. Tiene una voz que tintinea
en mis sueños, sabe dar caricias infinitas que se quedan en el corazón, besa
con la intención de amar sin vacilación;
es un pequeño ángel que ama.
Después de todo, de pensar en el día y de la bendición de la
familia, llega la hora de dormir, feliz, agradecido y con la vida por delante para
cuidar a los nuestros.
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