Efecto #Edu | David Solís Sánchez
En días anteriores intenté observar más de la cuenta, la conducta de jóvenes adictos a los enseres tecnológicos. Contar la cantidad de muchachos con las manos vacías en el transporte público –en un día normal de traslado- fue sencillo, siete; el resto interactuaba con rostros multicolores frente a sus diminutas pantallas. Estaban los que preocupados enviaban mensajes, aquellos que sonreían tratando de disimular lo más posible, no faltaron los que con hábiles dedos respondían “estados” en sus redes sociales.
No pensé en el impacto tecnológico en sí, es decir, en los aparatos mismos. Consideré a Mcluhan y a sus acertadas teorías; imaginé a hombres y mujeres con teclas en los antebrazos, así, cual cuento futurista. Mi reacción de vuelta a la realidad se reinventó, no había botones incrustados en la piel de ningún humano, sin embargo sí había Lentes de Realidad aumentada y relojes sincronizados con celulares. Aún es caro poseerlos. Cuando los costos bajen y la producción sea masiva, ¿Qué estrategias se deberán utilizar para contrarrestar el mal uso de las nuevas tecnologías?, la respuesta, indubitablemente, requiere de procesos de experimentación.
No habrá que adelantarnos a momentos próximos. El presente es un indicativo real que exige atención, no sólo de las comunidades académicas sino de la sociedad en general. Los sectores políticos, por el deseo de alcanzar estándares numéricos de la educación han forzado -en algunos casos- los procesos de reducción de la Brecha Digital. Por ejemplo, niños menores de once años recibieron tabletas electrónicas de parte del gobierno federal para su labores académicas, queda una duda, que será resuelta en los próximos días, ¿Cómo y para qué usarán los infantes las Tablets?
Un niño de quinto año de primaria me presumió su Tableta, no sin antes darme una cátedra del funcionamiento de su celular. Me mostró sus fotos, canciones, juegos –y claro, los niveles que ha logrado-, su Facebook y otra red social –que nunca he usado pero mucho he oído de ella- llamada Secret.
Si el niño tiene Secret, los jóvenes internautas –sobre todo aquellos que les encanta permanecer en el anonimato- seguro conocen la aplicación. Y justo de ahí provino mi observación. La tecnología por sí sola no refleja preocupaciones graves, quien sí, son las formas de usarse. El joven poco a poco aprende a usar sus computadoras, celulares o tabletas para fines escolares y aún así, cae en las trampas de la web. El niño es mucho más vulnerable.
Me permito pues retomar un punto anterior: el uso de las TIC representa un compromiso. El padre de familia debe ser un monitor completo de la actividad virtual de los jóvenes. La capacitación en Habilidades Tecnológicas de los padres es esencial, de aquí deben proceder estrategias que se ocupen de estas carencias. Los docentes igualmente, a paso lento, van integrando actividades virtuales y creando canales de comunicación alternativos, desde donde, también, monitorean al estudiante. Las claves del monitoreo son la comunicación y las soluciones empáticas con los alumnos.
El Internet es un medio de equidad social, así que se analoga perfecto con el transitar por una calle, pese a que somos libres en un espacio “público”, no está de más tomar precauciones y medidas de seguridad, y por supuesto, avanzar con responsabilidad.
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