Efecto #Edu | Por David Solís Sánchez
Relato de un náufrago es el libro que recuerdo con afable entusiasmo. Mi primer lectura que tuvo más de cien hojas. La novela que plantó con una fuerza la curiosidad de las historias que poco a poco intenté saciar; primero García Márquez , luego uno que otro texto convertido en cuento regional al estilo de Rulfo y así hasta llegar a los libros de dominio público que como clásicos, han logrado establecer un modus vivendi de la imaginación. Romeo y Julieta, El Mercader de Venecia y el Principito comenzaban a llenar mi colección.
Tengo una manía por las novelas independientemente de las temáticas que se aborden. Sigo comprando libros, y tengo temporadas adictivas. Aún tengo mínimo una docena de ejemplares sin salir de su envoltura haciendo fila para ser leídos. Sin embargo, cada vez que me parto en mil para compartir este gusto lector con mis estudiantes, desfallezco. A veces muero en el intento: de mis mil fragmentos busco tópicos variados, datos de impacto y abusando de los medios digitales los lanzo a la ciberliteratura. Y esta acción, con pros y contras, vale la pena. Porque estoy seguro que aún los variados perfiles profesionales y las asignaturas que tengamos en encomienda, hablar bien de los libros y sus mundos es un deber.
Con el peso de los años las formas del aprendizaje se han transformado. Como bien hemos visto, la tiza evolucionó a un marcador. Los cuadernos tradicionales están siendo desplazados por las tabletas electrónicas y sus blocs de notas. Los libros están cambiando de formato, primero fonolibros o audiolibros en cd´s y hoy en formatos descargables en mp3, además su canto, lomo y otras partes comienzan a desaparecer para reducirse a un pdf o epub con opción de visualización en el cúmulo de apps compatibles.
Esos libros de los que hablaba al inicio de este texto, marcaron una parte de mi anterior devenir y lo que guardo de ellos –además la obra en sí- es la grata experiencia y el placer de sus relatos, investigaciones y momentos de reflexión. Sé que mucho se ha debatido en tener un libro de hojas de papel o uno digital, y parece ser que la respuesta comprende el gusto de cada quien. Soy tan romántico y aprehensivo que no deseo que se vayan de mi librero esos que fueron compañeros de vida y aquellos que la siguen y seguirán construyendo, pero también sé que puedo tener mi propia biblioteca electrónica y no me causa conflicto, me estoy acostumbrando.
En cuanto a los e-books, resguardo lecturas en el móvil y las consulto en cualquier momento. Lo mejor, no siempre requiero de una conexión a internet. Comparto algunos libros con los conocidos o interesados sin tener que prestar temiendo a que no vuelvan. Prefiero –por la maleabilidad del formato- un Epub a un pdf. Me gusta el funcionamiento de Aldiko como app de Android para leer. Lo malo además de ser cauteloso con los brillos de pantallas y el cuidado de la vista, tener un respaldo de nuestras lecturas.
En el caso de los audiolibros mi experiencia es casi nula. Difícilmente se encuentran de forma gratuita, aunque sean libres de derechos, narrados con voces humanas y con producciones decentes. Por lo regular hay oportunidad de bajar algunos con voces artificiales que no tienen la capacidad de situar a quien escucha el contenido. Sin embargo, hay quienes se han acostumbrado. Finalmente un fonolibro acerca a los que por cualquier razón no puedan o gusten leer libros de forma convencional.
Independiente de si se escucha o se lee una historia, la capacidad de imaginación crecerá. Lógicamente los libros sean leídos en una pantalla o sobre hojas de papel, tendrán una esencia de aprendizaje continuo y dudamos que pasen de moda. Mientras, seguiré disfrutando de esos grandes relatos que construyen al ser.
Enlaces:
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