Bajo el suelo arden las noches, a veces duermen, a veces no. Mientras las horas pasan el ardor se va, la luna emprende una larga despedida, se manifiesta de pie, se corrompe por momentos, se llora en silencio, al final huye. Desde luego que los brazos del nuevo día se abren, alados misteriosos, correctos, husmeando bajo los ojos del que despierta. Las horas siguen ahí, rompiéndose una tras otra. Y no debía pasar, no es temporada, la lluvia se dejó caer sobre cálidas superficies, y luego, el magnífico concierto de luces, brillantes a la luz de un sol de envidia, de fuerza. Luces que hacen olvidar, que dejan comenzar de la mejor forma, que jinetean el horizonte.
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