Nos encontramos para sabernos en un entierro de mariposas



Vas entre sombras que se comen entre sí. Despiertas de tus medios sueños y
te confortas con un abrazo fantasma. Una y otra vez, la duermevela constante se
posiciona y se muere y renace. Te callas los espantos de un modo peculiar y te abres
al mundo con ojos de espejo azul.
De todos tus mundos, me he quedado con el más ufano, ese que nadie quiere
y que se ahoga entre los puntos suspensivos de un recordatorio diario:
que te quedes, como hasta ahora.
Somos mundos y no se marchitan. Con brazos pétalos se nutren los abrazos que,
a poco formulismo,  recorren tus paisajes celestes.
Nos morimos en la constante, en la palangana final de cada vena donde se enjuagan los deseos
y los recurrentes desatinos.

Andamos en el París de amantes asediados y ataviados por las resonancias
de un hábito que sueña y se atora entre latidos. Cortaste cada prisma cristalino
de este artificio sorpresa y nos superamos con los fuegos en el aire,
con los cuerpos congelados.
Ves ahora. Saboreas mis párpados en cada beso.
Visitaste un día por la mañana, entre tus sueños y abrazos fantasmas,
el lugar que nunca debió ser, y sin rendirte acortaste las estaciones y nuestro viaje.
Nos encontramos para sabernos en un entierro de mariposas,
en una fiesta de girasoles o en una pintura real de luciérnagas extraviadas,
para seguir después de esto, después de todo.
Es tu historia que se repone. Tu marcha resiste a suelos resbaladizos y sabes aferrarte
a los lazos dorados de ese sol que te ha convencido de su belleza,
el mismo que te cuenta historias en un cristal prismático cortado por ti.

Es tu historia, ahora mía, ahora nuestra.
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