David Solís Sánchez | Boca Delta | Cultural Vox
Nos sabemos con las cualidades y defectos que históricamente han regulado nuestras intenciones de vida. Se existe, y por el hecho mismo que la existencia exige se recogen los elogios del humano que grita, que juzga, que enloquece, que ama, que teme o que simplemente vive. Y de ahí las variantes de nuestras miles de historias:
Si la gente nos reprocha las obras novelescas en que describimos seres flojos, débiles, cobardes y alguna vez francamente malos, no es únicamente porque estos seres son flojos, débiles, cobardes o malos; porque si, como Zola, declaráramos que son así por herencia, por la acción del medio, de la sociedad (Sartre, 1946/2000).
Y no se trata de una simple justificación al acto existencial, sino surge pues el antagonismo del vivir por las leyes clásicas del hombre, como si toda esta treta del bien vivir se tratara sólo de nacer, crecer, reproducirse y morir. Y el objetivo es buscar la originalidad y el bien común, si bien las leyes de la vida demuestran tal naturaleza lo de menos es buscar un sentido darwinista moderno, no de adaptación sino de autorrealización.
Tal vez nuestro paso por la vida sea cruel o de insólitas satisfacciones, uno nunca lo sabe. Hay quienes se esfuerzan por dejar huella, otros que aprenden a cambiar pequeños orbes y para ser justo, hay quienes viven a la vaga corriente de su contexto. Pienso en la absoluta sociedad que un día imaginé con la historia de Un mundo feliz de Aldous Huxley, en el recuerdo de un instante mágico:
Linda le enseñó a leer. Con un trozo de carbón dibujaba figuras en la pared -un animal echado, un niño dentro de una botella-, y después escribía detrás: EL GATO DUERME, EL PEQUE ESTÁ EN EL BOTE. John aprendió de prisa y con facilidad. Cuando ya sabía leer todas las palabras que su madre escribía en la pared… (Huxley, 1932/2002).
El fruto de la curiosidad retoñaba en el pensamiento humano y a través de la lectura un intelecto más sano, justificado.
Con la esencia del Soma en mi cabeza (aquella droga que enuncia Aldous y puede mitigar las penas), proveía de buenos juicios el trato social y la existencia de los hombres. Si la tradición nos ha encaminado a etiquetar, a dividir y a discriminar, queda claro que vuelvo al referente de ese mundo feliz y otra vez, estaciono mi atención a las clases sociales y ratifico que el ser desafortunado no nos hace ser menos humanos e inexistentes, y al analogar el caso, evoco a los Alfas de hoy, a los Betas y Gammas, pero también a los Deltas y Epsilones. Y partiendo de esta teoría me gustan los Deltas por las proyecciones que reflejan, porque muchos somos Deltas en pos del cambio, en el aprovechamiento de la expresión, en la participación y en la defensa de los derechos.
Desde tiempos inmemoriales el estancamiento del progreso genérico ha sido un establecimiento de los sistemas sociales, económicos y políticos de la contemporaneidad. Pese a las diferencias del burgués y el proletario, de la víctima y el victimario, del culto y el neófito, etc., compartimos la misma especie, somos seres humanos y ahí, sin importar la condición y conducción de los actos poseemos las mismas necesidades. El Alfa de hoy tiene necesidades, exige y expresa, el Delta también.
De esta ambigüedad en función del pensamiento Delta, se desparraman muchos conceptos: inquietud, conocimiento, éxito, igualdad, ambiente, arte, emoción y otros tantos; esto conlleva un mensaje –subjetivo, si gustan-: si la capacidad de comunicar se tiene, el expresar –desde cualquier tópico- es el don perfecto. ·
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